dimecres, 11 de febrer del 2009

De Beren y Lúthien (VII)

Allí los ganó el desánimo, pues ante las puertas había un guardián, del que no habían tenido hasta entonces ninguna noticia. A Morgoth le habían llegado rumores obre no sabía qué designios de los príncipes de los Elfos, y siempre se oían en las veredas del bosque los aullidos de Huan, el gran perro de guerra, que hacía mucho habían soltado los Valar. Entonces Morgoth recordó el Hado de Huan, y escogió a uno de los cachorros de la raza de Draugluin; y lo alimentó de su propia mano con carne viviente, y puso en él su poder. El lobo creció de prisa, hasta que no pudo arrastrarse dentro de ningún cubil, y yacía enorme y hambriento a los pies de Morgoth. Allí el fuego y la angustia del infierno entraron en él, y desarrolló un espíritu devorador, atormentado, terrible, y fuerte. Carcharoth, Fauces Rojas, se lo llamó en las historias de aquellos días, y Anfauglir, las Quijadas de la Sed. Y Morgoth lo tenía despierto a las Puertas de Angband por temor de que Huan viniera.

Ahora bien, Carcharoth los vio a lo lejos y titubeó, porque la noticia de la muerte de Draugluin había llegado a Angband hada ya mucho tiempo. Por tanto cuando se acercaron les cerró el paso, y les ordenó que se detuvieran; y se les acercó con aire amenazante, oliendo algo extraño en el aire de alrededor. Pero de pronto, algún poder ancestral, heredado de la raza divina, poseyó a Lúthien, y despojándose del inmundo disfraz, avanzó, pequeña ante el poderoso Carcharoth, pero radiante y terrible. Levantó la mano, y le ordenó que durmiera diciendo:
—Oh, espíritu engendrado del dolor, cae ahora en la oscuridad y olvida por un momento el espantoso destino de la vida.— Y Carcharoth cayó como herido por el rayo.



Lúthien cantando y hechizando al mismisimo Morgoth Bauglir

Entonces Beren y Lúthien atravesaron el Portal y descendieron las escaleras laberínticas; y juntos llevaron a cabo la más grande de las hazañas jamás intentada por Hombre o por Elfo alguno. Porque llegaron hasta el trono de Morgoth en el más profundo de los recintos, un palacio sostenido por el horror, iluminado por el fuego, y repleto de armas de tormento y muerte. Allí Beren se escabulló en forma de lobo bajo el trono; pero Lúthien perdió el disfraz por voluntad de Morgoth, que le clavó la mirada. Y ella no se amilanó, dijo cómo se llamaba, y ofreció cantar ante él a la manera de un trovador. Entonces Morgoth, al ver la belleza de Lúthien, concibió pensamientos de una malvada lujuria, y un designio más oscuro que ninguno que hubiese albergado en el corazón desde que huyera de Valinor. Así fue burlado por su propia malicia, porque la observaba, dejándola libre por un rato, complaciéndose secretamente en sus propios pensamientos. Entonces de súbito ella escapó a los ojos de Morgoth, y empezó a cantar desde las sombras una canción de tan sobrecogedora belleza y de un poder tan encegador que él no pudo dejar de escucharla, y se quedó ciego, y volvía los ojos a un lado y a otro buscando a Lúthien.

Toda la corte yacía ahora adormilada y todos los fuegos vacilaron y se extinguieron; pero los Silmarils en la corona de Morgoth refulgieron de pronto como llamas blancas; y el peso de la corona y de las joyas le dobló la cabeza, corno si sobre ella llevara el mundo, cargado con un peso de inquietud, de dolor y de deseo que ni siquiera la voluntad de Morgoth podía soportar. Entonces Lúthien, sosteniéndose el vestido alado, saltó al aire y su voz descendió como la lluvia sobre los lagos, profunda y oscura. Echó la capa ante los ojos de Morgoth y lo sumió en un sueño, tenebroso como el Vado Exterior por el que una vez él había andado solo. De pronto Morgoth cayó, como un monte que se derrumba, y arrojado como el rayo fuera del trono quedó postrado boca abajo sobre los suelos del infierno. La corona se le soltó de la cabeza y rodó retumbando. Todo estaba quieto alrededor.

Como una bestia muerta Beren yacía en el suelo; pero Lúthien lo despertó tocándolo con la mano, y él se sacó el disfraz de lobo; y esgrimió el cuchillo Angrist; y de las garras de hierro que lo sostenían, quitó uno de los Silmarils.

Cuando lo tuvo en la mano cerrada, el resplandor le atravesó la carne, y la mano se le convirtió en una lámpara encendida, pero la joya no se resistió y no le hizo daño. A Beren se le ocurrió entonces que iría más allá de lo exigido por el juramento, y que se llevaría de Angband las tres Joyas de Fëanor; pero no era ése el destino de los Siímarils. El cuchillo Angrist se partió, y un fragmento de la hoja hirió a Morgoth en la mejilla. Morgoth gruñó y se agitó, y todas las huestes de Angband se movieron en sueños.

Entonces el terror ganó a Beren y a Lúthien, y huyeron, despavoridos y sin disfraces, sólo deseando ver la luz una vez más. No fueron estorbados ni perseguidos, pero las Puertas cerraban la salida; porque Carcharoth había despertado y estaba ahora erguido de cólera sobre el umbral de Angband. Antes de que se dieran cuenta, él los vio y les saltó encima mientras corrían.

Lúthien estaba agotada, y no tuvo tiempo ni fuerza para rechazar al Lobo. Pero Beren la cubrió con el cuerpo, y en la mano derecha sostuvo en alto el Silmaril. Carcharoth se detuvo y por un instante tuvo miedo.
—¡Vete, y corre! —gritó Beren— porque he aquí un fuego que te consumirá, y junto contigo a todas las criaturas malvadas.— Y puso el Silmaril ante los ojos del lobo.



Beren sosteniendo el Silmaril

Pero Carcharoth miró la joya sagrada y no se acobardó, y el espíritu devorador que tenía dentro despertó en un fuego súbito; y abriendo las fauces mordió de pronto la mano de Beren y la arrancó de la muñeca. En ese momento una llama de angustia le ardió en las entrañas, y el Silmaril le quemó la carne maldita. Aullando huyó de delante de ellos, y los muros del valle de las Puertas retumbaron con el clamor atormentado de Carcharoth. Tan terrible se volvió en su locura, que todas las criaturas de Morgoth que moraban en ese valle, o que andaban por los caminos que allí conducen, huyeron lejos; porque mataba a toda criatura viviente con que tropezara, e irrumpió desde el Norte llevando la ruina sobre el mundo. De todos los terrores llegados a Beleriand antes de la caída de Angband, la locura de Carcharoth fue el más espantoso; porque el poder del Silmaril estaba escondido en él.

Ahora bien, Beren yacía desmayado junto a las peligrosas Puertas, y la muerte se le acercaba, porque había veneno en los colmillos del lobo. Lúthien extrajo con los labios el veneno, y aun desfalleciente intentó restañar la espantosa herida. Pero detrás y en los abismos de Angband crecía el rumor de una gran cólera. La huestes de Morgoth habían despertado.

Fue así que la búsqueda del Silmaril pudo haber terminado en ruina y desesperación; pero en ese momento aparecieron sobre los muros del valle tres aves poderosas; volaban hacia el norte, con alas más rápidas que el viento. Todas las bestias y aves tenían ya noticia del viaje y del apuro de Beren, y el mismo Huan les había pedido que lo ayudaran vigilando. Altas por sobre el reino de Morgoth, volaron Thorondor y las otras águilas, y al ver la locura del lobo y la caída de Beren bajaron de prisa, al tiempo que los poderes de Angband despertaban de las faenas del sueño.