De Beren y Lúthien (VI)
Mientras conversaban juntos de estas cosas, andando sin hacer caso de nada más, Celegorm y Curufin llegaron de prisa cabalgando por el bosque; y los hermanos los vieron y los reconocieron desde lejos. Entonces Celegorm dio media vuelta y espoleó el caballo hacia Beren, con la intención de atropellarlo; pero Curufin se volvió de pronto, e inclinándose alzó a Lúthien sobre la montura, pues era un jinete fuerte y hábil. Entonces Beren saltó de delante de Celegorm al caballo de Curufin que pasaba rápido junto a él; y el Salto de Beren alcanzó renombre entre Hombres y Elfos. Aferró a Curufin por la garganta desde atrás, y echándose de espaldas cayeron juntos al suelo. El caballo se encabritó y rodó, pero Lúthien fue arrojada a un lado sobre la hierba.
Entonces Beren empezó a estrangular a Curufin, pero la muerte se le acercaba, pues Celegorm cabalgaba hacia él con una espada en alto. En ese momento Huan olvidó que servía a Celegorm y le saltó encima, de modo que el caballo se volvió y no quiso acercarse a Beren por miedo al gran perro de caza. Celegorm maldijo al perro y al caballo, pero Huan no se alteró. Entonces Lúthien se incorporó e impidió la muerte de Curufin; Beren sin embargo, lo despojó de pertrechos y armas y le sacó el cuchillo Angrist, que le colgaba sin vaina a un costado. Ese cuchillo había sido hecho por Telchar de Nogrod, y atravesaba el hierro como si fuera madera verde. Entonces Beren, alzando a Curufin, lo empujó lejos, y le ordenó que volviera a reunirse con su noble parentela, y quizás allí le enseñarían a dedicarse a empresas de mayor valor. —Me quedo con tu caballo —le dijo— para servicio de Lúthien, y puede considerarse dichoso de librarse de amo semejante.
Dibujo retrato de Celegorm y Curufin.
Entonces Curufin maldijo a Beren bajo las nubes y el cielo.
—Vete de aquí — le dijo— y que encuentres una muerte pronta y amarga. —
Celegorm lo puso junto a él sobre la montura, y los hermanos se prepararon para alejarse; y Beren se volvió y no les prestó atención. Pero Curufin, lleno de vergüenza y malicia, tomó el arco de Celegorm y disparó mientras avanzaban; y la flecha estaba destinada a Lúthien. Huan saltó y la atrapó con la boca; pero Curufin disparó otra vez, y Beren saltó delante de Lúthien, y el dardo lo hirió en el pecho.
Se cuenta que Huan persiguió a los hijos de Fëanor y que ellos huyeron atemorizados; y al volver le trajo a Lúthien una hierba del bosque. Y con esa hoja ella restañó la herida de Beren y por medio de sus artes y de su amor lo curó; y así, por fin, volvieron a Doriath. Allí Beren, desgarrado entre el juramento y su amor y sabiendo que ahora Lúthien estaba a salvo, se levantó una mañana antes que el sol asomara, y la encomendó al cuidado de Huan; luego partió con gran angustia mientras ella aún dormía sobre la hierba.
Cabalgó rápido otra vez hacia el norte, hacia el Paso del Sirion, y al llegar a los bordes de Taur—nu—Fuin, miró a través del yermo de Anfauglith y vio a lo lejos los picos de Thangorodrim. Allí soltó al caballo de Curufin y le dijo que abandonara miedo y servidumbre y que corriera libre por la hierba verde en las tierras del Sirion. Entonces, encontrándose solo y en el umbral del último peligro, compuso la Canción de la Partida en alabanza de Lúthien y de las luces del cielo; porque creía que había llegado el momento de despedirse del amor y de la luz.
Y cantó en alta voz, sin cuidarse de que alguien pudiera oírlo, pues estaba desesperado y no encontraba modo de escapar.
Pero Lúthien escuchó la canción, y respondió cantando mientras avanzaba inadvertida por los bosques. Porque Huan, consintiendo una vez más en que ella lo cabalgase, la había llevado tras el rastro e Beren. Mucho había reflexionado Huan en algún recurso que alejara del peligro a esos dos a quienes amaba. Se desvió por tanto ante la isla de Sauron, mientras corrían otra vez hacia el norte, y tomó desde entonces la forma del espantoso licántropo Draugluin, y ella la del horrendo murciélago Thuringwethil. Thuringwethil era el mensajero de Sauron, y acostumbraba volar a Angband con forma de vampiro; y los dedos que sostenían las grandes alas membranosas terminaban en una garra de hierro. Vestidos con estos horribles atavíos, Huan y Lúthien atravesaron Taur—nu—Fuin a la carrera, y no había criatura que no huyera ante ellos.
Cuando Beren vio que se aproximaban, se sintió consternado; y se asombró, pues había oído la voz de Tinúviel, y pensó que era un espectro, y que le estaban tendiendo una trampa. Pero ellos se detuvieron y se quitaron los disfraces, y Lúthien corrió hacia él. Fue así que Beren y Lúthien volvieron a encontrarse entre el desierto y el bosque. Por un momento él calló, y se sintió contento; pero al cabo de un rato le rogó una vez más a Lúthien que interrumpiera el viaje.
—Tres veces maldigo ahora lo que le juré a Thingol —dijo—, y preferiría que me hubiera dado muerte en Menegrotn antes que conducirte a la sombra de Morgoth.
Entonces, por segunda vez, Huan habló con palabras; y aconsejó a Beren diciendo:
—Ya no puedes salvar a Lúthien de la sombra de la muerte, porque por amor se ha sometido a ella. Quizá quieras apartarte de tu destino y llevarla al exilio, buscando en vano la paz mientras te dure la vida. Pero si no reniegas de tu destino, entonces por fuerza Lúthien habrá de morir sola; y desafiará contigo el destino que te aguarda, desesperanzado pero no seguro. No tengo mas consejos para ti, ni tampoco he de seguir tu camino. Pero mi corazón predice que encontrarás algo ante las Puertas, y que yo lo veré. Todo lo demás me es oscuro; no obstante puede que nuestros tres caminos lleven de vuelta a Doriath, y que volvamos a vernos antes del fin.
Draugluin y Thuringwethil -Beren y Lúthien-
Entonces Beren advirtió que Lúthien no podía ser apartada del destino que se les había impuesto, y ya no trató de disuadirla. Por consejo de Huan y las artes de Lúthien tomó entonces la forma de Draugluin, y ella la del horror alado de Thuringwethil. Beren tenía todo el aspecto de un licántropo, excepto los ojos en los que brillaba un espíritu sombrío pero limpio; y hubo horror en su mirada cuando vio junto a él a una criatura semejante a un murciélago que se le aferraba al lomo con unas alas arrugadas. Entonces aullando bajo la luna descendió a saltos por la colina, y el murciélago giraba y revoloteaba sobre él.
Pasaron por todos los peligros hasta que luego del largo y fatigoso camino llegaron cubiertos de polvo al valle terrible que se extiende ante las Puertas de Angband; junto al camino se abrían unas grietas negras por donde asomaban unas serpientes ondulantes. Los acantilados se levantaban a un lado y a otro como muros fortificados. Ante ellos estaba el Portal inexpugnable, un arco ancho y oscuro al pie de la montaña; por encima de él se alzaba un risco de mil pies de altura.
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