dilluns, 29 de desembre del 2008

De Beren y Lúthien (V)

A esa hora llegó Lúthien, y erguida sobre el puente que conducía a la isla de Sauron, cantó un canto que ningún muro de piedra podía detener. Beren la oyó y pensó que soñaba; pues arriba brillaban las estrellas y en los árboles cantaban los ruiseñores. Y como respuesta cantó un canto de desafío que él había compuesto en alabanza de las Siete Estrellas, la Hoz de los Valar que Varda había colgado sobre el Norte como signo de la caída de Morgoth. Luego las fuerzas le faltaron y se desmoronó en la oscuridad.

Pero Lúthien oyó la voz que le había contestado y entonó entonces un canto de gran poder. Los lobos aullaron y la isla tembló. Sauron se encontraba en la alta torre envuelto en negros pensamientos; pero se sonrió al oír la voz, porque sabía que era la de la hija de Melian. La fama de la belleza de Lúthien y de la maravilla de su canción hada ya mucho que había traspasado los muros de Doriath; y Sauron pensó que podía capturar a Lúthien y entregarla al poder de Morgoth, pues la recompensa sería grande.



Huan derrota a Sauron

Por tanto, envió a un lobo al puente. Pero Huan le dio muerte en silencio. Sauron continuó enviando lobos, uno a uno; y uno a uno Huan los aferraba por el pescuezo y los mataba. Entonces Sauron envió a Draugluin, una bestia espantosa, ya vieja en el mal, señor y ancestro de los licántropos de Angband. Tenía mucha fuerza; y la batalla entre Huan y Draugluin fue larga y feroz. No obstante, por fin Draugluin escapó y volviendo a la torre murió a los pies de Sauron; y al morir le dijo:
-¡Huan está allí!—
Ahora bien, Sauron conocía perfectamente, como todos en esa tierra, el hado que le estaba decretado al perro de Valinor; y se le ocurrió que él mismo lo cumpliría. Por tanto tomó la forma de un licántropo, la del más poderoso que hubiera andado por el mundo, y corrió a ganar el paso del puente.

Tan grande fue el espanto de la llegada de Sauron, que Huan saltó a un lado. Entonces Sauron se abalanzó sobre Lúthien; y ella se desvaneció ante la amenaza del espíritu maligno que miraba por los ojos del lobo y los inmundos vapores que le salían por la boca. Pero antes de caer, ella le arrojó a los ojos un pliegue de la capa oscura, y él se tambaleó, dominado por una súbita somnolencia. En ese momento salto Huan, y así empezó la contienda entre Huan y Sauron el Lobo, y los aullidos y bramidos resonaron en las colinas, y más allá del valle, y los guardianes de los muros de Ered Wethrin los oyeron a la distancia y se turbaron.

Pero ni la brujería ni el hechizo, ni el colmillo ni el veneno, ni la habilidad demoníaca ni la fuerza bestial podían superar a Huan de Valinor; y apresó a su enemigo por el cuello y dio con él por tierra. Entonces Sauron mudó de aspecto: de lobo se convirtió en serpiente, y de monstruo volvió a la forma de costumbre; pero no podía deshacerse de los dientes de Huan sin abandonar el cuerpo por completo. Antes de que el espíritu horrible de Sauron dejara su oscura morada, Lúthien se le acercó y anunció que le quitarían las investiduras de carne, y que el fantasma tembloroso sería devuelto a Morgoth; y le dijo: —Allí por siempre jamás, así desnudado, soportarás el desprecio de Morgoth, que te traspasara con la mirada a menos que me cedas ahora la posesión de tu torre.

Entonces Sauron se rindió, y Lúthien tomó posesión de la isla y de todo cuanto allí se encontraba; y Huan lo soltó. Y en seguida Sauron tomó la forma de un vampiro, grande como una nube oscura sobre la luna, y huyó, goteando sangre del cuello sobre los árboles, y fue a Taur—nu—Fuin, y vivió allí, llenando el sitio de horror.

Entonces Lúthien se irguió sobre, el puente y declaró su poder: y el encantamiento que unía piedra con piedra se deshizo, y los portones se derrumbaron, y los muros se abrieron, y los fosos quedaron vados; y muchos esclavos y cautivos salieron con asombro y turbación, protegiéndose los ojos de la pálida luz de la luna, pues habían pasado mucho tiempo sumidos en la oscuridad de Sauron. Pero Beren no salió. Por tanto, Huan y Lúthien lo buscaron en la isla; y Lúthien lo encontró doliéndose junto a Felagund. Beren estaba tan angustiado que no se movió y no oyó los pasos de ella. Entonces, creyéndolo ya muerto, Lúthien lo abrazó y cayó en un negro olvido. Pero Beren, saliendo a la luz desde los abismos de la desesperación, la levantó, y volvieron a mirarse; y el día que se elevaba sobre las colinas oscuras brilló sobre ellos.

Sepultaron el cuerpo de Felagund en la colina de su propia isla, que estuvo limpia otra vez; y la tumba verde de Finrod hijo de Finarfin, el más hermoso de todos los príncipes de los Elfos, permaneció inviolada, hasta que la tierra cambió y se quebró y se hundió bajo mares destructores. Pero Finrod pasea con su padre Finarfin bajo los árboles de Eldamar.

Ahora bien, Beren y Lúthien Tinúviel estaban otra vez libres y juntos recorrían los bosques, recobrada por un tiempo la alegría; y aunque llegó el invierno, a ellos no los dañó, porque las flores no se marchitaban por donde andaba Lúthien, y los pájaros cantaban al pie de las colinas vestidas de nieve. Pero Huan, que era fiel, volvió a la casa de Celegorm; sin embargo, el amor que los unía ya no fue tan grande.



Beren y Lúthien libres de nuevo

Hubo un tumulto en Nargothrond. Porque allí se reunieron muchos Elfos que habían sido prisioneros en la isla de Sauron; y se levantó un clamor que las palabras de Celegorm no lograron apaciguar. Lamentaban amargamente la caída del Rey Felagund, y decían que una doncella se había atrevido a lo que no se habían atrevido los hijos de Fëanor; pero muchos advirtieron que era la traición antes que el miedo lo que había guiado a Celegorm y Curufin. Así ocurrió que los habitantes de Nargothrond ya no se sintieron obligados a obedecerles, y volvieron otra vez a la casa de Finarfin; y sirvieron a Orodreth. Pero él no permitió que dieran muerte a otros hermanos, como deseaban algunos, porque el derramamiento de la sangre de parientes por parientes haría que la Maldición de Mandos pesara aún más sobre todos ellos. No obstante, ni pan ni descanso concedió a Celegorm y a Curufin dentro del reino, y juró que en adelante habría poco amor entre Nargothrond y los hijos de Fëanor.

—¡Así sea! —dijo Celegorm, y hubo una luz de amenaza en sus ojos; pero Curufin sonrió. Entonces montaron a caballo y se alejaron de prisa como el fuego, al encuentro, si les era posible, de los hermanos del este. Pero nadie quiso acompañarlos, ni siquiera los que eran de su propio linaje; porque todos advirtieron que la Maldición pesaba sobre los hermanos, y que el mal los seguía. En ese tiempo Celebrimbor, el hijo de Curufin, repudió las acciones de su padre, y se quedó en Nargothrond; pero Huan iba siempre detrás del caballo de Celegorm.

Cabalgaron hacia el norte, pues estaban impacientes e intentaban pasar a través de Dimbar y a lo largo de las fronteras septentrionales de Doriath, en busca del camino más rápido a Himring, donde vivía Maedhros, el hermano de ellos; y tenían aún la esperanza de ir por ese camino, pues estaba cerca de las fronteras de Doriath, evitando Nan Dungortheb y la lejana amenaza de las Montañas del Terror.

Ahora bien, se dice que Beren y Lúthien fueron de un lado a otro hasta que llegaron al Bosque de Brethil, y se acercaron por fin a los confines de Doriath. Entonces Beren recordó el juramento; en contra de él mismo resolvió que cuando Lúthien llegara otra vez a la seguridad de su propia tierra, él se pondría de nuevo en camino. Pero ella no estaba dispuesta a volver a separarse, y dijo: —Tienes que elegir, Beren, entre dos cosas: abandonar la misión y tu juramento y llevar una vida errante sobre la faz de la tierra; o mantener tu palabra y desafiar el poder entronizado de la oscuridad. Pero por cualquiera de esos caminos yo te seguiré, y nuestra suerte será la misma.