dissabte, 7 de març del 2009

De Beren y Lúthien (VIII)

Entonces alzaron a Lúthien y a Beren de la tierra y los llevaron allá arriba entre las nubes. Bajo ellos de pronto retumbó el trueno, rebotaron los rayos, y temblaron las montañas. Thangorodrim echó fuego y humo, y unas centellas llameantes fueron arrojadas muy lejos, y cayeron arruinando los campos; y los Noldor en Hithlum se estremecieron. Pero Thorondor seguía un camino muy alto sobre la tierra en busca de los senderos celestes, donde el sol brilla todo el día sin velos, y la luna se mueve en medio de estrellas sin nubes. De este modo pasaron rápidos sobre Dor—nu—Fauglith y sobre Taur—nu—Fuin, y llegaron al valle escondido de Tumladen. No había allí nubes ni niebla, y mirando hacia abajo, Lúthien vio a lo lejos, como una luz blanca difundida por una joya verde, el resplandor de Gondolin la celia, donde moraba Turgon. Pero lloró, porque pensó que Beren moriría sin duda, pues no hablaba, ni abría los ojos, y nada sabría de este vuelo. Y por fin las águilas los depositaron en las fronteras de Doriath; y llegaron al mismo valle pequeño del que Beren había partido a escondidas y desesperado, mientras Lúthien dormía.

Allí las águilas la dejaron al lado de Beren, y volvieron a los altos nidos de Crissaegrim; pero Huan vino en ayuda de Lúthien, y juntos asistieron a Beren, como antes le curara ella la herida abierta por Curufin. Pero esta herida era terrible y emponzoñada. Durante mucho tiempo yació Beren, y su espíritu erraba por los oscuros límites de la muerte, conociendo siempre una angustia que lo perseguía de sueño en sueño. Entonces, de pronto, cuando la esperanza de ella casi se había agotado, Beren despertó, y al mirar hacia arriba, vio hojas contra el cielo; y oyó bajo las hojas a Lúthien junto a él, que cantaba con una voz suave y lenta. Y era primavera otra vez.



Beren ante el Rey Elu Thingol y la Dama Melian

En adelante Beren fue llamado Erchamion, que significa el Manco; y llevaba el sufrimiento grabado en la cara. Pero por fin fue devuelto a la vida por el amor de Lúthien, y se puso en pie, y juntos caminaron por los bosques una vez mas. Y no se apresuraron a abandonar ese sitio, porque les parecía bello. Lúthien en verdad deseaba errar al aire libre y no regresar nunca, olvidada de la casa y la gente, y de toda la gloria de los reinos de los Elfos, y entonces Beren se sintió feliz; pero durante mucho tiempo no pudo olvidar el juramento de que volvería a Menegroth, y que no siempre tendría apartada a Lúthien de Thingol. Porque se atenía a la ley de los Hombres, creyendo peligroso hacer caso omiso de la voluntad del padre, salvo en extrema necesidad; y le parecía también inadecuado que alguien de tan real linaje y tan hermosa como Lúthien viviera siempre en los bosques, como los rudos cazadores entre los Hombres, sin casa, ni honor, ni las cosas bellas que deleitan a las reinas de los Eldalië. Por tanto, al cabo de un tiempo la persuadió, y abandonó aquellas tierras sin moradas, y llegó a Doriath conduciendo a Lúthien de vuelta al hogar. Así lo quería el destino.

En Doriath habían transcurrido días de pesadumbre. La congoja y el silencio habían ganado a todos cuando Lúthien se perdió. Mucho tiempo la buscaron en vano. Y se dice que por entonces Daeron, el bardo de Thingol, desapareció de la ciudad y no fue visto nunca más. El era el que hacía la música de la danza y el canto de Lúthien antes de que Beren viniera a Doriath; y él la había amado y había puesto todos sus pensamientos de amor en la música. Así llegó a ser el más grande de los bardos de los Elfos al este del Mar, aun de mayor renombre que Maglor hijo de Fëanor. Pero en busca de Lúthien, desesperado, erró por caminos extraños, y pasando sobre tas montañas bajó al este de la Tierra Media, donde por muchas edades lamentó junto a las aguas oscuras la suerte de Lúthien hija de Thingol, la más bella de todas las criaturas vivientes.

En esa ocasión Thingol recurrió a Melian; pero ella no quiso aconsejarle más, y dijo que el destino que él había concebido tenía que obrar hasta el fin, y que por ahora no podía hacer otra cosa que esperar el tiempo oportuno. Pero Thingol se enteró de que Lúthien se había ido muy lejos de Doriath, porque llegaron en secreto mensajeros de Celegorm, como ya se ha dicho, diciendo que Felagund había muerto, y que Beren había muerto, pero que Lúthien estaba en Nargothrond, y que Celegorm la desposaría. Entonces Thingol montó en cólera y envió espías con intención de combatir contra Nargothrond; y así se enteró de que Lúthien había huido otra vez, y que Celegorm y Curufin habían sido expulsados de Nargothrond. Entonces dudó de sus propios propósitos, pues no tenía fuerzas suficientes para atacar a los siete hijos de Fëanor; pero envió mensajeros a Himring solicitando ayuda en la busca de Lúthien, ya que Celegorm no la había enviado a la casa de su padre ni había logrado retenerla en sitio seguro.

Pero en el norte del reino los mensajeros se toparon con un peligro súbito e insospechado: la embestida de Carcharoth, el lobo de Angband. En su locura había venido furioso desde el norte, y pasando por el lado oriental de Taur—nu—Fuin descendió desde las Fuentes del Esgalduin como un fuego destructor. Nada lo estorbaba, y el poder de Melian en los límites de la tierra no lo detuvo; porque lo empujaba el destino, y el poder del Silmaril que lo atormentaba dentro. Así irrumpió en los bosques inviolados de Doriath, y todos huyeron aterrados. De los mensajeros sólo escapó Mablung, principal capitán del rey, y fue él quien nevó las terribles nuevas a Thingol.

A esa hora oscura volvían Beren y Lúthien, apresurados desde el oeste, y la noticia de que se acercaban iba delante de ellos como el sonido de una música que el viento arrastra hacia las casas sombrías, donde los hombres están acongojados. Llegaron por fin a las puertas de Menegroth y una gran multitud los seguía. Entonces Beren condujo a Lúthien ante el trono de Thingol, su padre; y Thingol miró asombrado a Beren, a quien creía muerto; pero no lo amaba, a causa de los dolores que había traído sobre Doriath. Pero Beren se arrodilló ante él y dijo: —Vuelvo según la palabra dada. Vengo a reclamar lo mío.

Y Thingol respondió: —¿Qué es de tu cometido, y de tu voto?

Pero Beren dijo: —He cumplido con él. Tengo en este mismo momento un Silmaril en la mano.

Entonces Thingol dijo: —¡Muéstramelo!

Y Beren tendió la mano izquierda abriendo lentamente los dedos; pero estaba vacía. Luego levantó el brazo derecho; y desde ese momento él mismo se dio el nombre de Camlost, la Mano Vacía.

Entonces se dulcificó el ánimo de Thingol; y Beren se sentó ante el trono a la izquierda, y Lúthien a la derecha, y contaron la historia de la Misión mientras todos escuchaban y estaban asombrados. Y le pareció a Thingol que este hombre no se parecía a ningún otro Hombre mortal, y que se contaba entre los grandes de Arda, y que el amor de Lúthien era algo nuevo y extraño; y entendió que el destino de ambos no podría ser estorbado por ningún poder en el mundo. Por lo tanto cedió, y Beren tomó la mano de Lúthien ante el trono de su padre.

Pero entonces una sombra cayó sobre la alegría de Doriath, que celebraba el regreso de Lúthien la bella; porque al enterarse de la causa de la locura de Carcharoth, la gente tuvo todavía más miedo, advirtiendo que el peligro estaba cargado de terrible poder por causa de la joya sagrada, y que difícilmente podría ser evitado. Y Beren, al enterarse de la embestida del lobo, comprendió que no había cumplido aún su cometido.

Por tanto, como Carcharoth se acercaba cada día más a Menegrodi, se prepararon para la Caza del Lobo; de todas las persecuciones de bestias que aparecen en los cuentos, la más peligrosa. A esa cacería fueron Huan, el Perro de Valinor, y Mablung, el de la Mano Pesada, y Beleg Arcofirme, y Beren Erchamion, y Thingol, Rey de Doriath. Cabalgaron en la mañana y cruzaron el Río Esgalduin; pero Lúthien se quedó atrás a las puertas de Menegroth. Una sombra oscura la cubrió, y le pareció que el sol había enfermado y se había vuelto negro.



Carcaroth, Huan y Beren

Los cazadores giraron hacia el este y luego hacia el norte, y siguiendo el curso del río encontraron por fin a Carcharoth el Lobo en un valle oscuro, bajo el lado norte de la empinada cascada del Esgalduin. Carcharoth bebía al pie de la cascada apaciguando una sed devoradora, y aulló, y así lo descubrieron. Pero él, aunque vio que se acercaban, no se dio prisa en atacarlos. Quizás una astucia demoníaca había despertado en él, cuando las dulces aguas del Esgalduin le quitaron el dolor de momento; y mientras los cazadores venían cabalgando, se escabulló en un profundo matorral, y allí se quedó escondido. Pero ellos montaron guardia todo alrededor, y esperaron, y las sombras se alargaron en el bosque.

Beren esperaba junto al Rey Thingol, y de pronto advirtieron que Huan ya no estaba con ellos. Entonces un gran bramido se oyó en la espesura; porque Huan, impaciente y con deseos de ver al lobo, se había adelantado a buscarlo. Pero Carcharoth lo evitó, e irrumpiendo de entre los espinos se abalanzó de súbito sobre Thingol. Rápidamente Beren avanzó ante él con una lanza, pero Carcharoth lo hizo a un lado y lo derribó mordiéndolo en el pecho. En ese instante Huan saltó desde la espesura sobre el lomo del lobo, y cayeron juntos luchando ferozmente; y nunca hubo batalla entre perro y lobo que igualara a ésta, porque en los ladridos de Huan se oía la voz de los cuernos de Oromë y la ira de los Valar, y en los aullidos de Carcharoth estaban el odio de Morgoth y una malicia más cruel que dientes de acero; y las rocas se partieron por el clamor y cayeron desde lo alto e interceptaron las cascadas del Esgalduin. Allí lucharon a muerte; pero Thingol no haría ningún caso, porque se había arrodillado junto a Beren al ver que estaba malherido.

En ese momento Huan mató a Carcharoth; pero allí, en los bosques entrelazados de Doriath, su propio destino desde tanto atrás pronunciado, tuvo cumplimiento, y estaba herido mortalmente, y el veneno de Morgoth entró en él. Entonces se acercó, y cayendo junto a Beren habló por tercera vez con palabras; y le dijo adiós a Beren antes de morir. Beren no habló, pero puso su mano sobre la cabeza del perro, y así se despidieron.